El
trabalenguas, trabalenguas
La limosina
se abre paso lentamente entre el grupo de entusiastas peruchos y sale
del aeroparque llevando al ilustre visitante. El calor matinal es
abrasador. El vehículo pasa entre holas, vivas y “qué guapo” de
las señoras. Y cuando está precisamente a mi lado, con la
ventanilla abajo, lo veo sonriente y expectante, así que estiro la
mano abierta y nos saludamos firmemente. Yo de 18 años y él, el
presidente del Perú, de 36.
Vine a
Córdoba a pasar el verano en casa de la familia de un amigo. Es mi
primera vez fuera del país. Estoy en el bus a punto de cruzar la
frontera entre Chile y Argentina, por el Paso Internacional de Los
Libertadores, en el vientre de la cordillera andina. Acaban de darme
la visa de turista por seis meses. Esa tensión “Marca Perú”
frente al oficial de migraciones ya se ha disipado. Pero pasan cinco,
diez, quince minutos y seguimos esperando en nuestros asientos, pues
tienen retenidos a tres pasajeros. “Los puneños no salen todavía”,
se queja el conductor. El cuarto hombre que viene con ellos se
desentiende de la situación hundido en su asiento, pero se esfuerza
en mirar hacia las oficinas de control. Las persianas le impiden ver
qué pasa allí dentro. Sin duda, este señor es quien los lleva a
tierras gauchas. Un oficio sospechoso, por decir lo menos, pero muy
requerido en estos días. Todos se van del Perú. Argentina se ha
convertido en el primer destino de muchos compatriotas que buscan
siquiera un porvenir. Usan todos sus ahorros o, inclusive, se prestan
para pagarles a estos profetas mercantilistas que ofrecen llevarlos a
esa tierra prometida pero sin garantía alguna. “Que te den la visa
no depende mí, ah”. Es un negocio para inescrupulosos como este
individuo que resopla aliviado, “¡por fin!”, al ver subir al bus
a los tres rezagados. Ellos sonríen nerviosos y le buscan la mirada,
pero él no despega su rostro de la ventana humedecida por su propio
tufo. Algunos pasajeros celebran con murmullos y uno que otro
espaldarazo.
El bicho de
escuchar música me picó un poco tarde. Recién en cuarto de
secundaria. Gracias a los amigos del cole me enteraba de lo que
sonaba en el mundo. Empecé con Deff Leppard, Van Halen y otros
rockeros mientras iba descubriendo mis gustos específicos. Encontré
la radio Doble Nueve con sonidos que me interesaban. De hecho era la
radio menos pacharaca del dial. Era imposible escuchar aquí los hits
comerciales que se repetían y saturaban el resto de frecuencias de
rock y pop. Además, sintonizando Doble Nueve, encontré también
rock en castellano diferente, bueno, que me tocaba. Sin día ni hora fija
tenían un segmento de 30 minutos con esta rarísima música. Noté
que era rock argentino. Cabe decir que en esta radio los disc
jockeys no intervenían entre canción
y canción; tres o cuatro de ellas fluían sin ninguna interrupción,
lo cual era buenísimo pero tampoco me enteraba del nombre de las
canciones ni de los autores. La curiosidad inicial se transformó en intriga porque dependía de esta radio para escuchar temas
que ya se habían vuelto mis favoritos. Las baladas no estaban
ausentes. Ya había terminado el colegio y mis ojos y mi corazón se
desorbitaban por una y otra adolescente. Entonces prestaba más
atención a las letras de “las lentas” y le subía todo el
volumen al tocacasete. Decidí entonces grabar estas canciones para
escucharlas cuando yo quisiera. Mi “toca-toca” tenía sus años.
Originalmente fue el equipo de música de la familia, pero luego de
varios años mis viejos se olvidaron de acompañar nuestros almuerzos
y cenas con música. Así que mi hermano y yo tomamos posesión de
él. La tapa de la casetera no existía más, el dial tampoco, la
antena se había roto pero, por suerte, captaba bien la señal.
“Terminator” le llamaba yo. Destartalado y todo pero seguía
“matando”. Atento al segmento de rock argentino dejaba colocado
un casete listo para grabar, con las teclas apropiadas presionadas y
la de la pausa lista para saltar. Así grabé temas que luego
descubriría pertenecían a los grupos Sui Generis y Serú Girán.
Pero más importante aún, descubrí que el genio creador detrás de
estas bandas era un flaco de lentes
inmensos y bigote bicolor llamado Carlos
Alberto García.
Paseamos
por el centro de Córdoba con mis patas y me sorprendo al ver unos
afiches de gran formato. Una propaganda con el retrato de una niña
rubia y ojiverde con gesto de súplica y acompañada de una frase de
notable tamaño: “Patria querida, dame un presidente como Alan
García”. Sin sutilezas, la oposición
del presidente Alfonsín le reclama que haya agachado la cabeza ante
el FMI, en vez de imitar al peruano que se niega a pagar la deuda a
los gringos. El verbo y demagogia
de nuestro presidente han traspasado fronteras. Continuamos caminando
por la peatonal en búsqueda de una discotienda y, de pronto un señor
mayor, al notar nuestro acento peruano, nos hace la conversación.
Se despacha en elogios para Alan al propósito de su visita a la
ciudad. Resalta sus cualidades pero, sobre todo, su inteligencia por
haber elegido por esposa a una cordobesa: Pilar Nores. Una gran dama,
de muy buena familia, una de las más poderosas de Argentina. “Acá
son dueños de diarios, revistas y alguna radio; ¿viste, pibe?”.
Me salta el ego y me jacto de haberle dado la mano a García esta
misma mañana. Él toma mi mano inmediatamente y, durante un eterno
minuto, se despide emocionado.
Llegamos a
la tienda de discos… mejor dicho, megatienda. Se abre ante mí la
vida y obra del rockero argentino también apellidado García. De
nombre Charly. Elepés, cancioneros, biografías y afiches del
inspirado músico por doquier. Delante de mí están sus producciones
desde 20 años atrás hasta su reciente trabajo solista. Toman
nombre, forma y color esas melodías que carraspeaba mi “toca-toca”
años atrás. Difícil escoger qué llevarme porque tenía la plata
justa para mi retorno a Lima. Me meto a una cabina para escuchar cada
impecable vinil. Redescubro sus canciones, voces nuevas, instrumentos
que las gastadas cintas que recopilé habían casi apagado. Me lleno
de la lírica y rebelde lucidez del Charly adolescente de barrio, el
hippie
melenudo, y también del cuarentón pelicorto con mundo, con bronca y
ya con talla de leyenda viviente. Voy ojeando revistas sobre él, la
Pelo, y entre otras me encuentro con una de formato particular, tipo
tabloide, donde un retrato suyo a lápiz domina la primera plana.
Pero en la esquina derecha, abajo, en un tamaño más discreto, sobre
el titular “El otro García”, aparece un retrato de Alan. En la
cabina la aún melodiosa voz de Charly sentencia: “y es que aquí
/sabés, / el trabalenguas, trabalenguas / el asesino, te asesina / y
es mucho para ti, / se acabó ese juego que te hacía feliz”.
Charly Salinas Jaramillo
2017
Charly Salinas Jaramillo
2017
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