miércoles, 21 de septiembre de 2022

Crónicas

Una tumba en Chota

Yo soy chotana, dijo mi madre firmemente, al guardián del cementerio. Ella puso los brazos en jarro y la tierra empezó a temblar.
Mi hermana y yo éramos unos pequeñajos. Ella de cinco y yo de siete. Por fin encontramos algo divertido que hacer aquella mañana frente a la tumba del abuelo. Una loma de césped de casi un metro de alto entre dos pabellones se prestaba para nuestros saltos acrobáticos. Ganaba el que llegaba más lejos. Era nuestro segundo día en la tierra de mi mamá y el primer viaje de toda la familia. Inolvidable octubre del ’74.
Cortamos con nuestro juego cuando el guachimán apareció intempestivamente y nos resondró. Era temprano, no había más gente en el cementerio. Mi padre, hombre de carretera y de la pesca, normalmente lo hubiera guapeado pero la miró a mi madre como diciéndole “estamos en tu cancha”. Entonces ella se puso por delante y, luego de exclamar con la frente en alto que era chotana y visitaba la tumba del capitán Jaramillo, el señor huyó despavorido… Celebrábamos que espantó al aguafiestas y, de pronto mis hermanas mayores nos tomaron de los brazos y corrimos siguiéndolo por el laberinto de pabellones. La tierra temblaba… Chota temblaba, el Perú temblaba. Mi padre y mi madre apuraban el paso con mi hermano por el sinuoso camino de césped. Antes de llegar a la salida ya había terminado el sismo. Los vecinos, algunos en piyamas, comentaban asustados en la puerta de sus casas.