Garabatearé
tu
nombre
Nunca
antes había pensado en la docencia pero el nacimiento de los
mellizos le dio un giro radical a su vida. Así como las
satisfacciones y alegrías se multiplicarían por dos, Darío sabía
que también se venían dos veces más gastos, dos veces más
complicaciones. Myriam, su esposa, debía llevar las cosas con calma
quedándose en casa con los bebés, y él se vió obligado a dar
clases en la universidad para sumar ingresos al hogar. Con casi
veinte años de experiencia como arquitecto y liderando una empresa
exitosa, digamos que ya había superado bastante su timidez. Aunque
aquel primer día de clases estaba casi tan nervioso como en su
primer día de estudiante. Cierta fama en el gremio arquitéctonico
lo había, prácticamente, obligado a dictar conferencias,
participando en conversatorios y dando entrevistas... digamos que no
tenía porque estar con esos “muñecos”. Una cervezita en la
cafetería de alguna facultad que no sea la de arquitectura y listo
para enfrentar al monstruo: sus alumnos. Ese primer día pasó y así
fueron pasando las semanas con las cuatro clases que le asignaron ese
ciclo. Otra vez la vida universitaria. No fueron pocas las veces que
en la puerta de ingreso al campus los guachimanes le exigían mostrar
su carné universitario. Aparentaba mucho menos edad. Darío no era
de usar terno y a sus cuarenta años no era el típico limeño
aseñorado, guatón y revejido. Quizás por no haber tenido hijos aún
se mantenía fresco, pues... de haber llevado una vida sana y
deportiva no se puede jactar el arquitecto. Mataperreó bastante a
sus veintitantos, se enamoró varias veces, le dijeron chau algunas,
a él le tocó decir chau también. Hasta que conoció a Myriam, con
ella nació un amor muy frenético, muy loco pero se dio cuenta, a
sus treintaipoco y con toda certeza, que ella era la mujer; después
de varias relaciones sentía la maravillosa libertad de ser él
mismo... con alguien.