miércoles, 17 de febrero de 2016

Un-cuento oftálmico



Garabatearé
tu nombre











Nunca antes había pensado en la docencia pero el nacimiento de los mellizos le dio un giro radical a su vida. Así como las satisfacciones y alegrías se multiplicarían por dos, Darío sabía que también se venían dos veces más gastos, dos veces más complicaciones. Myriam, su esposa, debía llevar las cosas con calma quedándose en casa con los bebés, y él se vió obligado a dar clases en la universidad para sumar ingresos al hogar. Con casi veinte años de experiencia como arquitecto y liderando una empresa exitosa, digamos que ya había superado bastante su timidez. Aunque aquel primer día de clases estaba casi tan nervioso como en su primer día de estudiante. Cierta fama en el gremio arquitéctonico lo había, prácticamente, obligado a dictar conferencias, participando en conversatorios y dando entrevistas... digamos que no tenía porque estar con esos “muñecos”. Una cervezita en la cafetería de alguna facultad que no sea la de arquitectura y listo para enfrentar al monstruo: sus alumnos. Ese primer día pasó y así fueron pasando las semanas con las cuatro clases que le asignaron ese ciclo. Otra vez la vida universitaria. No fueron pocas las veces que en la puerta de ingreso al campus los guachimanes le exigían mostrar su carné universitario. Aparentaba mucho menos edad. Darío no era de usar terno y a sus cuarenta años no era el típico limeño aseñorado, guatón y revejido. Quizás por no haber tenido hijos aún se mantenía fresco, pues... de haber llevado una vida sana y deportiva no se puede jactar el arquitecto. Mataperreó bastante a sus veintitantos, se enamoró varias veces, le dijeron chau algunas, a él le tocó decir chau también. Hasta que conoció a Myriam, con ella nació un amor muy frenético, muy loco pero se dio cuenta, a sus treintaipoco y con toda certeza, que ella era la mujer; después de varias relaciones sentía la maravillosa libertad de ser él mismo... con alguien.